jueves, 2 de octubre de 2014

Ausencia

Dios se distrajo jugando a la payana. Una piedra se le escapa, resbala entre las nubes y golpea tu cabeza. Dios se distrajo. Cerró los ojos. Calculó mal, o simplemente no calculó. Una piedra te golpeó la cabeza, a la guardia de urgencia y sutura inmediata.  Si supieras que Dios te descuidó y sufrís por culpa de una dejadez divina. Una señora, vieja y aferrada a la vida se desprende de ella con esfuerzo. Se va sin saber que Dios tampoco la espera, que está distraído buscando como loco la piedra que perdió (¿Se imaginan a Dios revolviendo el cielo, desordenándolo para encontrar su piedra?). Si lo hubiera sabido la vieja quizá seguiría estirando sus años pausados e impasibles. Pero se dejó ir en la oscuridad de una noche ausente. Nadie va a llorarla con sinceridad. Una vida liviana que poco deja, que poco valor tuvo despierta y que nadie  esperará en la eternidad. Eso suponiendo que existiera, que la piedra se le haya realmente caído a Dios.

El miedo de que ese golpe pueda traer consecuencias mayores te horroriza. Es la segunda vez que le lloras a la muerte. Esta sensación de desamparo es conocida, la sentiste hace muchos años cuando viviendo la niñez te fuiste a dormir entre lágrimas pidiéndole a Dios que cuidara a tu madre. Tal vez Dios ya en ese entonces estaba distraído, aunque vos pensaras que escuchaba tus plegarias. Más que la muerte, más que a Dios, era la conciencia de la perdida lo que sufrías. Vista a tu mamá débil y enferma, entendiste entonces que algún día podría faltarte, no estar, y lloraste sin consuelo.

Hoy, muchos años después, ese mismo miedo que parecía olvidado te está dando vueltas. Te encontras nuevamente, a oscuras, en el umbral de la puerta de tu madre con un llanto mudo y las ganas de entrar, que te abrace y aplaque la angustia. Esa dificultad de cruzar la puerta, de mostrarte llorando y la necesidad de un abrazo reconfortante que no sos capaz de reclamar. Ese miedo que desprende la falta de vida, la incertidumbre, lo no conocido. Otra noche que dormirás con la conciencia de que mañana puede no existir, que tu vida puede pasar como tantas otras, como la de una señora a la que no le preparan un velorio. No hay persona que vaya a prender una vela en su nombre. No trascender. Un cuerpo que se vuelve cenizas sin esfuerzo, no implica un costo para nadie. (¿Cuánto tiempo dura una cremación? Del frío absoluto a un incendio de restos y huesos). Tal vez la noche sea larga, probablemente la angustia seguirá ahí cuando te levantes. Es ausencia, y tal vez sea la de Dios.