lunes, 24 de marzo de 2014

Un día que vale la pena

Un sentimiento que se desliza hasta el borde de la palabra y muere sin ser pronunciado. Una idea a la que le pasa lo mismo. Un encuentro que deja secuelas, que revuelve el pasado, que pide a gritos unpocomás.  Una sonrisa que se lleva puesta, que surca la cara, que transmite alegría. Un inconveniente que te distrae, preocupándote hasta la dispersión más descuidada. Una lectura de un gesto que acaricia, que comprende esa mueca triste, la despedida. Un cambio en el cuerpo que te expone, que te incomoda, que gusta. Un silencio conmovedor, cómodo, esperado, de esos en los que se puede vivir hasta la muerte o morir con ese silencio. Un entorpecimiento que ya es un hábito. Una pelea que vive latiendo, un cuerpo que se cruza con otro cuerpo. Un día de los que valen la pena. Un sol que atraviesa los árboles y te arrulla, un sol tibio que ablanda los sentires, que reconforta todo cuanto toca. Una caricia que baja despacio, que despierta, cómo el perfume nuevo, cómo el grito que pronuncia tu nombre y te llama. Un adiós que no quiere irse. Un instante sin promesas y la espera. Un revivir, un tiempo que no acaba, el retorno. Tu mano. Un beso que se despide, un comentario que se suelta para ser la última palabra de algo que no se quiere terminar. Trece campanadas, algunos pasos en dirección opuesta. Se abre la puerta. Un golpe seco, se cierra, impenetrable. Unos tres puntos suspensivos.

domingo, 16 de marzo de 2014

Se volverán aire

De que me sirve construir con palabras. Construir verdades, sensaciones, explicaciones. De qué me sirve a mí refugiarme en la poesía y el poder de la narrativa. Cuál es el fin de que me esmere por ser clara. Querer llegar a vos pese a todo. Bregar por la unión y la comprensión, de qué me sirve si ante mis palabras sólo hay silencio, incomprensión, repuestas tardías de temas inabordables. De qué me sirve brindarme, exponerme, expresarme si tu silencio es grande y mi espera inagotable. Hundiéndome en una pena melancólica que ilusionista se muestra inmortal, buscando por eso palabras que merezcan perpetuarse y existir por vos. De qué me sirve a mí desvelarme, esperarte, preguntarme si por más que nos inunde de explicaciones tu respuesta es una, breve y fatal. Vuelve a mi melancolía una espesa tristeza ingobernable, mi cuerpo se vuelve ajeno y mi voluntad se quiebra. De qué me sirve a mí. Qué me vale una explicación perfecta si me congela el andar por un sentimiento acaparador y muerto. De qué me sirve que me leas, si te olvidaste que a los libros se los acaricia con la mirada, y que te gustaba leerme. Con qué llenar las horas cuando reemplace tu existencia. Porque te quiero fuera, de todo lo mío, lo mío lejos de todo lo tuyo. De qué me sirvió la despedida si no para ratificar que te adoraba y que creía encontrábamos la paz. De qué me serviría un último abrazo en donde te deje toda mi ternura si no va a hacer más que eternizar este adiós al que me niego, si a vos nada te suma, en nada te altera y yo sólo voy a seguir con toda mi entrega vuelta a tu persona. De qué me sirve maldecirte si la trascendencia que le darás va a ser igual a cero. De qué me sirvió buscarte si encontrarte confirmó que te quería y dejarte me lastimó profundo y dulce. De qué sirve la realidad si tu orgullo lo cubre todo. De qué. De qué todas estas palabras que se vuelven aire para perderse. Para qué hablar de sentimientos si ahora cada uno por su lado como si nada, como si dedicarte horas y tiempo no valiera. Para qué quiero yo todo esto y todo eso que no sabes darme si al final de qué y para qué.

jueves, 6 de marzo de 2014

Si nos quedáramos

Eran días arremolinados y confusos, en los que perdí lo único que nos quedaba, la confianza.
¿Y si esto era el amor? ¿Si después no hay nada? ¿Si no encontramos algo superador? ¿Si la vida se nos pasa buscando algo parecido, o diferente, y resulta que sólo deseamos volver a lo que éramos?
Cruzaba la calle y sentí la convicción de que era un grosero error decidir de forma racional, tan equivocada como humanamente racional, que no podíamos hacerlo funcionar, sin siquiera darle la oportunidad de que así sea. Por lo menos para aniquilar a la incertidumbre, que se perpetuará en este limbo inconcluso.
¿Si no volvemos a encontrar complicidad como ésta? ¿Si todo lo compartido es insuperable?
Si para darme cuenta tuve que crecer, y siendo grande perdí las ropas que se necesitan para salir a la vida de esa forma en la que salíamos. Desprejuiciados. Despreocupados y enamorados.
Si siendo niña era más fácil porque nadie te arrebataba nada, y la desnudez era libertad de espíritu, y los trapos que usábamos disfraces transportadores a mundos explorables. Y si ahora crecí y abandone esos trapos… Hoy es todo tan distinto.
Si volvieras a cuidarme. Si hoy yo pudiera hacerlo.
Si todavía me quisieras. Si no hubiera pensado que ese paseo en el que anduvimos descalzos por el parque era nuestra despedida. Yo no lo dije y de todas formas vos lo sabías. Nos acompañaron esos besos de un hasta siempre que nos despedía. Era un acuerdo tácito, era el cierre a esto, y de todo eso que fuimos.
Si después de cruzar la calle no me hubiera topado con las vías, al mismo tiempo que me arrebataba la angustia del adiós, junto con la sensación de desnudez desolada, y la lucidez de reconocerla y padecerla. Lucidez tardía de entender que era un error despedirnos, entonces hubiera interrumpido mis pasos.
Los trenes nunca detienen el suyo.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Rita


"El corazón galopaba en un alborozo doloroso y húmedo como si fuese atravesado por un deseo imposible" 
Clarice Lispector

Rita buscaba en el cajón, revolviendo el aire que lo llenaba. Vacío. Pensó que tal vez alguien se había olvidado las instrucciones adentro de un frasco de mermelada o las habían escondido en alguna etiqueta de colectivo de las que nadie lee. Por ahí estaban en uno de esos tantos carteles cuyo contenido buscamos con fuerza, pero de los que nunca nos percatamos que tenemos adelante. Rita ya estaba cansada de buscar y buscar. Había dado vuelta la casa, corriendo todos los muebles de lugar, casi cayendo por completo en la desesperación. Necesitaba encaprichadamente encontrar las instrucciones para desarmar un corazón, de no ser así la fórmula para darle cuerda a la vida tampoco le vendría mal, pero ella recordaba que una venía al dorso de la otra. La última vez que había usado aquel manualcito de trapo lo hizo reventando de ansiedad por el futuro arreglado, es por eso que no había memorizado el paso a paso, hasta creía haberse salteado alguno. Rita no aguantaba más la situación. Caminaba por toda la casa gastando el brillo de las maderas que amortizaban su paso. Iba y venía en un andar sin rumbo, sin más fin que el de encontrar un papel olvidado por el tiempo. Objeto de alto valor que por no parecerlo el mundo lo hace bolita y lo tira por los aires en dirección a un tacho de basura en el cual no entra. Entonces el papel se vuela lejos con uno de esos vientos que trae la lluvia. En medio de esa fiesta climática, en pleno torbellino de emociones y pronósticos, el papel que tiene la calve para el mantenimiento del corazón se pierde. Rita olvida que hizo de él porque estaba distraída, en aquel momento su corazón estaba a gusto y no creía necesitar más nada. Resulta que ahora Rita tiene que cambiarle una pieza al corazón, y no encuentra la formula escrita para desarmarlo. Entonces lo pone sobre la mesa y le habla seriamente. Lo trata con una dureza que encierra rastros de una autoridad suave. Ahí sentado sobre una mesa de madera más oscura que el piso el corazón la mira con grandes ojos translucidos y calmos. Rita, como una madre llena de paciencia que oculta la tristeza de que su hijo sufra sin poder hacer nada, le explica que esa pieza duele pero que no se puede hacer nada. La solución, decía Rita, es pensar en otra cosa y olvidarse del asunto, dejar de pensar en eso. Una vez que te distraigas el dolor se va. 
Por dentro ella pensaba que esperar a que el tiempo pase era absurdo cuando no se tienen las instrucciones para dar cuerda a la vida porque se las ha perdido junto con las que explican como desarmar un corazón. El corazón seguía ahí sentadito, sin quejarse pero también sin llegar a entender del todo, la miraba calmo y desesperanzado. Algo en todo eso le hacía ruido. Cómo distraerse con algo más y olvidarse de la pieza que le dolía si esa pieza era esencial, lo ocupaba todo. Era la pieza y era el corazón al mismo tiempo. Era también quien hacía girar el engranaje del tiempo. El corazón la miró a Rita sin hablarle más que con el silencio. Rita supo que no habría instrucciones válidas, era cuestión de abrazarlo, sentarse a su lado y esperar a que él aprendiera a latir con esa pieza que moría dolorida.

lunes, 3 de marzo de 2014

Corto II

Se sentaron en la séptima fila de un lugar al que todavía le duele su historia para escuchar un poco de jazz y disfrutar de esa casi oscuridad que los envolvía. Sus encuentros (como también las distancias) solían estar signados por la música. En esta oportunidad el jazz. Bella música que les prestaba un clima de intimidad y caricias públicas tan acolchonado que los obligaba a cerrar los ojos para perderse por completo en la profundidad del momento.

Truenos de la memoria

El cielo afuera ruge, te lo juro, como si de pronto algo lo hiciera estremecerse y gritar. No puedo decirte la hora, sólo sé que es tarde y no puedo dormir. Veo caer una tras otras las imágenes de esos momentos que transitamos. Una tras otra, una y otra vez… una tras otra. Paseando entre recuerdos sentí que te adoraba como en los primeros días, donde todo era confuso y nuevo, ahí donde siempre me creía al límite de perderte y yo jugaba a seducirte para retenerte un rato. Claro que “todos los límites son convenciones, esperando ser transgredidos. Uno puede transgredir una convención con tan solo concebir hacerlo”.

Y yo lo hice. Transgredí los límites que ponías, transgredí tu desinterés, tu refugio. Puedo decir exactamente el momento en que dejaste de alejarme. Todavía me dura tu sensación en los huesos cuando pienso en esa noche, no es casual, también había una tormenta.

Si estoy dejando todo esto que se cruza por mi cama en un papel es porque cuando los silencios se me inundan de palabras no dichas siento que las manos se me hunden en el deseo de escribir, que la lengua se me anuda en confusión y la cabeza se me llena de imágenes que se van escapando de mí, a lugares irrecuperables a los que me esforzaré por llegar sin lograrlo, y de esta forma dormir se me vuele imposible.

Antes de apagar la luz y perderme en los ruidos de la tormenta y el sueño tardío quiero decirte que te quise en la complicidad y en el forcejeo. Que supe que te quería desde que te vi en esa terraza mientras esperabas que el tiempo se disolviera con el mar y que fue ahí cuando entendimos que mientras no estuviéramos juntos el tiempo sólo se volvería eso, una espera inagotable de un tiempo más feliz.


Buenas noches.


domingo, 2 de marzo de 2014

Misión

Verba volant scripta manent
 Cayo Tito

Se pararon en la mitad de un puente que atravesaba la avenida. El sol los iba dejando solos. Lo despidieron descansando sobre la baranda, mientras las luces de los autos les rozaban las plantas de los pies. Ellos ahí, cómo burlándose de todo, inclusive de ellos mismos. Brotaba una amistad casi de infancia, con la inocencia de quien no conoce las durezas de la adultez. Parecían resguardados de los males del mundo, y de sus propios fantasmas. Como si una tela transparente y mágica los envolviera en la sinceridad más dulce.

La ciudad abría sus ojos luminosos, infinitos puntos incandescentes que destellaban al compás de una murga que repiqueteaba en el fondo de la  plaza, allá, al costado de esa avenida a la que bañaron de burbujas multicolores y juegos puros.

Llegaron al otro lado del puente que atravesaba la avenida con un paso rítmico. En ese bailoteo de monigote le rozó la mano amiga y se rió nerviosa, inventando alguna excusa simple que se voló con un viento que andaba de paso. Ese mismo viento dejaba escapar las burbujas del burbujero sin que ellos tuvieran que hacer el menor esfuerzo en soplar para darles vida.

Se sentaron al borde de un paredón, desde donde el puente se veía chiquito, y hasta gracioso. Respiró profundo reteniendo una frase repetida. Creía en esa idea de que las palabras se prestan, transforman, reciclan y renuevan a cada paso, a cada frase, pero esta vez le ganó la convicción de que las pausas y los silencios enriquecen también. La miró de frente, ella de reojo y le contó de su sueño de ser grande alguna vez, que siendo grande le gustaría seguir diciendo algunas frases con la liviandad con la que hablan los niños. Rió. Estaba un poco distraída, colgando de alguna nostalgia que le traían esas épocas del año cuando él señaló un auto con su baúl lleno de globos. Era sin lugar a duda el auto más lindo de toda la avenida.

Dijo que le gustaría pinchar alguno con las brasas de su cigarrillo, pero entonces ella le explicó que los globos tenían sentimientos, nunca viste uno llorar. Sonaba absurdo, cómo la hora que marcaba ese reloj que ensordecía con el tic-tac, tic-tac, la realidad es que había visto llorar conejos pero nunca antes un globo.

Le extendió una mano para ayudarla a levantarse, ella le mostró que podía sola y la evitó. Esta vez cruzaron por el puente como distraídos, sin darle demasiada importancia a la avenida y a los autos que se deslizaban por lo bajo. Caminaron en círculos un rato, le regalaron algunas burbujas al guardia de ese edificio de esa calle cualquiera y siguieron un camino recto, sin puentes, mientras relataban partes sueltas de un sueño que se llenaba de niebla en cada intento por recordarlo. Seguro Freud te dijo algo sobre lo que soñé, contame, quiero saber que piensa él. Quiero saber que pensás vos de todo eso.

Llegaron a la parada y él le pidió que le cuidara el burbujero por un tiempo, aunque sabía que no volvería a buscarlo, que mañana ya no podría y que callar hoy era para acostumbrar al mañana ausente. Lo abrazó en un abrazo sin tiempo ni despedida. Lo abrazó como cuando de chiquita abrazaba a sus padres, sin pensarlo, sólo sintiendo y se fue en el 68 con aire acondicionado, esperando verlo en algún día próximo, atesorando el burbujero que cuidaría hasta su reencuentro. Ella volvía con la sonrisa prendida y ganas de soltar burbujas en cada rincón del planeta para inundar de él cada paso suyo que el viento vuela. Pensaba en rellenar las palabras y todo cuanto pudiera de burbujas pero cuando ya varios tic-tac se habían descolgado del reloj y él no aparecía empezó a llenar silencios y esperas de burbujas que brillaban como lágrimas de globos, cómo conejos que lloran porque él no vuelve a enseñarle lo que sabe. Porque él ya no le dice lo que piensa ni le cuenta lo que pasa. Ahora tiene que estar atenta para no perderse de las cosas que pasan a su lado porque él ya no se las señala, ahora siente las asperezas de un mundo que sufre, y mide las palabras que va a soltar al viento porque todo tiene peso, menos sus burbujas.

Aprieta entre sus manos ese burbujero azul. Lo sujeta con fuerza, para que no se le escape, más que nunca siente que tiene que cuidarlo, que él no le dejo una tarea sencilla. Tenía la misión de cubrir el mundo de burbujas.


En una mano el burbujero, con la otra agarró la tela transparente y mágica que la cuidaría en su andar, se cubrió de ella una vez más y salió radiante por las calles, creando las más pomposas y coloridas burbujas que nadie vio jamás, soltando un poco de él en cada una de ellas. Soltando un poco de ella en cada burbuja naciente.