lunes, 12 de enero de 2015

Hoy dormiremos en la naturaleza. Noche ahumada y de luna radiante, luminosa quimera tejedora de ilusiones. Incita a soñar y a construir futuros. Agua dulce que podría ser de sal rompe en la orilla de rocas. Todo es perfecto para dedicarte una noche de pensamientos. Las horas son tuyas desde hace días. Los días son tuyos y serán meses. No creo en el amor para toda la vida, pero me gustaría que mi vida encontrara ratos para quererte a diario. No hay principio si imagino el final desde antes de empezar la marcha. Si supieras con que fuerza combato mis miedos para llegar a vos sin ellos me admirarías con cariño. Eso al menos me gusta imaginar. Alma de luchadora, probablemente heredada de algún antepasado que se burló de nuestra burguesa familia. Ojalá haya sido mujer, como yo.

miércoles, 7 de enero de 2015

Cómo una linea delgada

Cómo una línea delgada, un horizonte que delimita y parece el coto de algo inmenso. Ingenua la mirada que por no poder ver más allá cree que ahí se agota la belleza, en esa línea recta que hipnotiza en la perfección de su trazo. Después de ella hay una inmensidad todavía mayor. Una nueva oportunidad, ella sólo es tope y después el cambio. La continuación es todavía mejor, Quedarse de este lado seguro y firme sería el acto de cobardía más grande. Todo lo que le sigue a la contemplación de este horizonte fronterizo es pérdida, a menos que crucemos. Avancemos y lo obliguemos a avanzar, a que se mueva con nosotros y se abra, nos abra paso. Explorando el otro lado de lo que llegamos a ver. Descubrir y permitirse gozar, como lo hicimos antes de cruzarnos al otro lado. El horizonte está encimado con lo que veíamos en un principio o es todo nuevo. Del otro lado será virgen y puro o es inevitable que veamos el paisaje viejo y lo nuevo al mismo tiempo. Está en nosotros separar, que se superpongan, viendo una totalidad mayor, un todo o sus partes. Sólo nosotros podemos cruzar y transformarlo, él será estático y se volverá imperfecto en esa quietud.

jueves, 2 de octubre de 2014

Ausencia

Dios se distrajo jugando a la payana. Una piedra se le escapa, resbala entre las nubes y golpea tu cabeza. Dios se distrajo. Cerró los ojos. Calculó mal, o simplemente no calculó. Una piedra te golpeó la cabeza, a la guardia de urgencia y sutura inmediata.  Si supieras que Dios te descuidó y sufrís por culpa de una dejadez divina. Una señora, vieja y aferrada a la vida se desprende de ella con esfuerzo. Se va sin saber que Dios tampoco la espera, que está distraído buscando como loco la piedra que perdió (¿Se imaginan a Dios revolviendo el cielo, desordenándolo para encontrar su piedra?). Si lo hubiera sabido la vieja quizá seguiría estirando sus años pausados e impasibles. Pero se dejó ir en la oscuridad de una noche ausente. Nadie va a llorarla con sinceridad. Una vida liviana que poco deja, que poco valor tuvo despierta y que nadie  esperará en la eternidad. Eso suponiendo que existiera, que la piedra se le haya realmente caído a Dios.

El miedo de que ese golpe pueda traer consecuencias mayores te horroriza. Es la segunda vez que le lloras a la muerte. Esta sensación de desamparo es conocida, la sentiste hace muchos años cuando viviendo la niñez te fuiste a dormir entre lágrimas pidiéndole a Dios que cuidara a tu madre. Tal vez Dios ya en ese entonces estaba distraído, aunque vos pensaras que escuchaba tus plegarias. Más que la muerte, más que a Dios, era la conciencia de la perdida lo que sufrías. Vista a tu mamá débil y enferma, entendiste entonces que algún día podría faltarte, no estar, y lloraste sin consuelo.

Hoy, muchos años después, ese mismo miedo que parecía olvidado te está dando vueltas. Te encontras nuevamente, a oscuras, en el umbral de la puerta de tu madre con un llanto mudo y las ganas de entrar, que te abrace y aplaque la angustia. Esa dificultad de cruzar la puerta, de mostrarte llorando y la necesidad de un abrazo reconfortante que no sos capaz de reclamar. Ese miedo que desprende la falta de vida, la incertidumbre, lo no conocido. Otra noche que dormirás con la conciencia de que mañana puede no existir, que tu vida puede pasar como tantas otras, como la de una señora a la que no le preparan un velorio. No hay persona que vaya a prender una vela en su nombre. No trascender. Un cuerpo que se vuelve cenizas sin esfuerzo, no implica un costo para nadie. (¿Cuánto tiempo dura una cremación? Del frío absoluto a un incendio de restos y huesos). Tal vez la noche sea larga, probablemente la angustia seguirá ahí cuando te levantes. Es ausencia, y tal vez sea la de Dios.

viernes, 25 de julio de 2014

Viaje a Chile

Y habrá un tiempo para amar y un tiempo para cubrir las distancias olvidadas
Alejandra Pizarnik

Me desperté desorientada, como si todo lo que había pasado la noche anterior fuese un inmenso misterio. Abrí los ojos en una oscuridad que le permitía a la desorientación  volverse un hecho. Entre la confusión momentánea pensé en Lourdes y en su mirada ilusionada y rotunda de ojos castaños que resplandecían. Segura de que las promesas estaban para cumplirse ella siempre sostenía que nos íbamos a ir a Chile durante el fin de semana, porque papá se lo había dicho, o que compraríamos helado para llevar y tres cucuruchos. Su memoria parecía bloquear las llegadas tardes de papá y el tiempo que lo esperábamos. Cada viernes que nos tocaba con él ella juraba que lo vería llegar a la hora acordada. Es por eso que armaba su mochilita verde, amarilla y roja muy rápido después de tomar su chocolatada con dos vainillas para no hacerlo esperar. Había pasado el día pensando en todo lo que tenía que preparar para la aventura de fin de semana, muchas cosas iban soloporsiacaso, pero es que no podía faltar nada. Era un fin de semana sin posibilidad de retorno a nuestra casa materna, por lo que había que mudar las pertenencias de primera necesidad, como el pijama y los diez marcadores de colores.
La mayoría de las veces papá llegaba casi a media noche, y a lo mejor, si le ganaba el cansancio, nos pasaba a buscar lo más temprano posible del sábado. Los cachetes de Lourdes se ponían rojos por el viento frío y seco cuando salía corriendo hasta el auto de papá, con su mochila de colores al hombro, que lo esperaba, como nosotras, desde la tarde anterior. Me recuerdo como espectadora de estas escenas monótonas que generaban desencuentros y penas. Si papá no llegaba mamá tendría que cocinarnos una vez más, suspender sus planes de viernes por la noche y culparse al menos cuatro veces por haber elegido tan mal en su juventud.... él ya no tenía remedio. La veía a mamá lavar los platos en su franco maternal, o papá tratando de lucirse con la solución rápida de la primera noche del fin de semana, fideos. La veía a Lourdes contarle a todo el mundo que Chile la estaba esperando, una vez más, lo veía a papá cancelando los planes porque había que trabajar. También lo veía dormir siesta sábado y domingo. El resto de la semana simplemente no lo veía.

De a poco fui ubicándome en el espacio. Mire la hora. Había perdido el día durmiendo. Hice un cálculo estimativo y deduje que Andrés ya debería haber aterrizado, aunque desconocía si su avión hacía escala. Las despedidas no nos gustaban por eso la postergamos lo máximo que pudimos. Fue inevitable decirnos algo, torpes y avergonzados por sentirnos expuestos. Dejé que me abrazara y se fuera sin agregarle mucho más a la situación.
Andrés tenía algo que me hacía sentir cómoda, nunca supe bien qué era, ni tuve mucho tiempo para descubrirlo, pero la idea de su presencia dando vueltas me hacía bien.
De formas compartíamos poco, nuestro lugar en la vida era muy distinto. De él se deslizaba la experiencia y en mi se despertaba la creatividad. Compartíamos los contrastes de nuestros usos y costumbres, derrumbando las jerarquías que el hombre padece desde siempre. Intentamos bailar salsa y merengue, pero los tiempos lentos y las pausas nos sentaban mucho mejor. Nos desvestíamos sin apuro, ayudándonos y complicándonos en nuestras tareas, pero a la hora de dormir nos preocupábamos de que el otro estuviera bien tapado y no pasara frio. De la hora de la cena disfrutábamos las charlas. Si salíamos siempre terminaban echándonos cuando la moza, con la escoba en la mano, nos avisaba que ya estaban por cerrar. Alguno de los dos miraba la hora para reclamar que todavía era temprano, pero el reloj nunca estaba de nuestro lado y el resto de la gente se había evaporado en algún momento de distracción. Quedar solos y fuera del espacio-tiempo era frecuente. Caminar despacio y estirar las cuadras era una estrategia que habíamos descubierto una de las primeras noches, cuando ya sin muchos motivos para no tener que volver a nuestras casas decidimos caminar un poco más. Yo voy para allá, yo no... Pero te acompaño así no vas sola. No sé en qué calle nos tomamos un taxi hasta mi casa, ni si primero fue la suya o la mía. Pero me acuerdo de Andrés y su lunar en el norte de su espalda.

Con el tiempo fui viendo que las llegadas tardes no eran incidentes por eventualidades de último momento, era una característica firme en su persona así que mientras Lourdes corría a armar su mochila yo no lo esperaba hasta el sábado. A la ausencia se sumaba el mal humor. Cualquier mínima cosa que la rozara le provocaba un ataque de enojo, mal dirigido, de mas esta aclarar.
Un día en el colegio empezaron a mandar notificaciones dobles, pero a casa siempre llegaba una. Lurdes se olvidaba la de papa abajo del banco, y después justificaba que no había ido porque no se enteró, mito infantil. Yo tenía la teoría que las noticias tenían mas posibilidades de ser leídas por alguien si las tiraba en una botella al mar que si se las daba a papá, así que, para no cargar la mochila de papeles las hacia un bollito y las tiraba al tacho. Después de años de práctica mi puntería no mejora.
En donde realmente papá se lucía con su sexto sentido era a la hora de cantar el feliz cumpleaños. Cuando venían a buscar al primer niño de la fiesta, y mamá ya estaba impaciente y agotada poniendo las velitas en la torta papá llegaba con una bolsa en la mano y los brazos abiertos para saludar al cumpleañero. Lourdes no soplaba las velas hasta no escucharlo decir, pedí tres deseos.
No sé exactamente cuántos tirones de orejas recibí ese año, yo me sentía grande y mucha gente me decía que estaba más alta. Hoy me parece lejana y corta aquella edad. Realmente no era trascendental el número. Era viernes y había algunas amigas en casa que habían venido desde el colegio conmigo. Era viernes pero yo no quería esperar hasta el sábado. Era viernes, yo era una nena sin edad ni medida del tiempo. Era, pero su sexto sentido fallo por primera vez, o algo así, porque no solo no llego para cortar la torta sino que tampoco alcanzo a llamarme por teléfono.

Cuando lo conocí sabía que él no estaría en mi país mucho tiempo, cuestiones laborales, papeles y temas de los que prefiero dejar al margen. Nada que me importara mucho, yo sólo quería salir, pasarla bien un rato. No podría durar mucho y las relaciones a distancia me parecían una fantasía. Quiero decir, me parecen.
Le pedí que no me escribiera cuando llegara, que esperara un poco. Se debe haber olvidado porque me escribió, y al día siguiente, a los dos días y en los días que siguieron también lo hizo.

Los años que le siguen a ese cumpleaños son una maraña de situaciones desorganizadas, manojo de recuerdos salpicados, sin un hilo conductor claro. Podría hablar de generalidades. Lourdes abandono su mochilita pero se mantuvo en la espera. Yo me peleaba con la ausencia y discutía con el aire. Todo lo que decía no llegaba nunca a destino. Una secuencia de comentarios y viajes mostraban un nuevo cambio. Un día le puso palabras. Una nueva relación y un cambio de dirección a varios kilómetros. Yo sabía que a papá las distancias siempre le habían resultado cómodas, siempre se despedía muy temprano, siempre dejaba asuntos pendientes, temas abiertos, cuestiones inconclusas, hijos a los que les faltaba crecer e historias por resolver.
Una lluvia de promesas regó esta época. Se acordaron días de visitas que no se respetaron. Se pusieron fechas inamovibles que se aplazaron. Nos dijimos cosas de las que no parecía haber retorno. Lourdes lo buscaba con la necesidad desesperada y las ganas acumuladas de los últimos dos encuentros que no habían podido ser. Ella todavía lo abrazaba y lo quería.

Un día estábamos caminando con Andrés por una de esas calles sin nombre, de las que me gustan a mí, y un borracho nos saco una foto mental. Nos prometió guardarla para siempre. Era un coleccionista de buenos momentos y, según decía, nosotros transmitíamos felicidad. Para tomar la segunda nos pidió permiso. Después de charlar un poco abrió sus brazos y se fue volando. Usamos a nuestro amigo callejero de excusa para volar también. Juntos era muy fácil, nos salteábamos las aduanas, migraciones y los pasaportes. No necesitábamos libretas de identidad para demostrar quienes éramos. Y estaba bien así.
Borramos fechas de nacimientos, nacionalidad, idioma, edad, altura, color de piel, largo del pelo. Intentamos. Al final nos gano la realidad, la distancia se abrió paso, la hora de las responsabilidades y los aviones de metal que hacen un ruido aplastante llegó. Debemos haber perdido la goma, porque no pudimos borrar esto último.

A papá siempre le pedí una cosa, que esté.

Escapaba de mí la idea de que alguien no supiera querer. Lourdes lo mostraba muy claro. Ella se abría camino entre el frío, entre los kilómetros, donde fuera necesario ella pasaba, hasta por debajo de la luz, para poder verlo a papá. Buscaba momentos para compartir en los que él no se rehusara a ser parte. Por ejemplo, miraba horas de televisión solo por estar al lado suyo mientras él dormía. Lourdes lo llamaba, le contaba sus cosas, le presentaba amigas. Compartía. Y papá tantas veces ausente a todo, con una capa de barniz que lo vuelve impermeable al contacto.
Me enojaba con Lourdes por insistente y conmigo por la esperar silenciosa. Lourdes se enojaba conmigo porque yo no sabía nada, esta vez si no íbamos a ir a Chile a pasar el fin de semana, papá se lo había prometido. Lourdes me decía, ya vas a ver, y guardaba su remera celeste con voladitos en la mochila.
Me desperté desorientada, como vacía de contenido y falta de historia. Pero vi los ojos de Lourdes que brillaban de ilusión. De lejos llego la voz de Andrés prometiendo volver lo antes posible y un abrazo. Recordé las esperas de los viernes y las penas. Llegaron las promesas otra vez, lo indeleble de las cosas que ya se vivieron, una, dos esperas.

Andrés mes escribió esa noche, a los dos días y los días que le siguieron. Pero yo había dejado de responder el día de mi cumpleaños a la gente que vive lejos y no llega temprano.

https://www.youtube.com/watch?v=CkpDDngb1Ew&list=RDCkpDDngb1Ew&hd=1

Nota sobre el texto y la narración en revista DMujeress por Mariana Taberniso. Para leerla click AQUI

miércoles, 28 de mayo de 2014

Suelta de palomas

Hay palabras recurrentes. Recurrentes palabras a las que recurro.
A veces pasan los días sin que me abra la puerta. Eso pasa generalmente cuando la culpa lo llena de vergüenza porque se le fue la mano y prefiere alejarme de él por un tiempo. En esos días en los que no entra ni un rayo de sol del cual pueda alimentarme trato de dormir lo máximo posible. Me autoconvenzo de que es solamente una noche de esas que parecen inagotables, en las que no importa si dormís mucho o te levantas cada cinco minutos porque la noche está ahí, sin pena ni gloria, acorralándote, distorsionando el correr del tiempo y revolviendo cada recuerdo del cuerpo. Por eso trato de dormir. No me gusta invocar gente en la oscuridad.
Noté que en ella los sentimientos se sienten con una intensidad que el reflejo de la luz opaca.

Al principio le tenía miedo. Lloraba cada vez que la puerta se cerraba cual anochecer sin luna. Lo hacía en silencio para que Darío no me escuchara y entrara otra vez a golpearme. Con el tiempo me acostumbre a la penumbra y sus ruidos. Descubrí que sin luz podía encontrar cosas que con ella jamás hubiera sospechado que estaban y es por eso que dejé de llorar. Me hice amiga de sus sonidos, los familiaricé, como si cada uno fuera alguna señal o mensaje que me enviaba el mundo exterior.
Sin embargo dormir seguía pareciéndome la mejor opción en un lugar sin ventanas, donde todo se disponía para darle paso al(os) sueño(s).
En una de esas noches que transcurren con la misma extensión que un manojo de días, soñé que el cuarto que me albergaba estaba lleno de plumas. Como si alguien hubiera destrozado cientos de almohadas liberando todo su interior en esta pequeña habitación, que era mi prisión y refugio.
En el sueño yo estaba sonriendo, saltaba sobre la cama de sábanas blancas y en cada rebotar las plumas se elevaban. Las hacía flotar, dándoles vida, como si pudieran volver a sentir la alegría de estar suspendidas en el aire una vez más. 
Abrigaba la certidumbre de que no existían límites ni deberes que cumplir. Yo brillaba como si fuera pluma, cómo las plumas que saltaban conmigo. Todo en el sueño era tan blanco y puro como las plumas. 
Recurrentes palabras recurrentes.
No sé cuándo, pero en algún momento me abrió la puerta, me sentó en una mesa a comer algo que parecía de origen animal, aunque la procedencia era dudosa. Cuando vio que había comido lo suficiente para recuperar energía se fue a la calle dándole doble vuelta de llave a la puerta.

Se escuchó un ruido en el patio. Salí a ver que era y me encontré con el sol de un mediodía despejado. Parada en una de las baldosas había una paloma blanca. Busque un poco de pan y le tiré algunas migas. Disfrutaba verla picotear y picotear. Poco a poco empezaron a llegar más y más palomas a las que fui alimentando. De pronto entendí que lo que me estaba pasando tenía que ver con mi sueño. Ese sueño de libertad en el que yo disfrutaba haciendo lo que quería. En ese momento me iluminé y decidí tener un regimiento de palomas mensajeras que llevaran mis palabras acalladas. Era mi oportunidad de ser escuchada y tal vez comprendida. Ellas serían mi voz. Mi libertad. Mis palabras. Esas recurrentes palabras a las que recurro en el mayor de los silencios. 
Entre miga y miga les enseñaba las calles de la ciudad, las coordenadas geográficas y algunas cosas que sabía de la vida para que cuando eligieran su destino estuvieran seguras de hacer llegar mi voz a las personas correctas. Tan seguras como yo de que ellas eran mi mejor medio transmisor.

Y entonces la escena se empezó a asemejar a la de mi sueño. Había una incalculable cantidad de palomas de las que se desprendían plumas. Mis recurrentes palabras se mezclaban entre tanto aleteo y desprendimientos de plumas que inundaban, no ya sólo mi cuarto, sino la casa entera.
En pleno entrenamiento volvió Darío. Al ver la escena se quedó petrificado junto a la puerta, pero enseguida me distinguió entre la bandada y sin pensar en nada más me agarró de un brazo y me arrastró al cuarto.
Esta vez no me dijo nada. Me empujó a la cama con el mismo envión del arrastre, me sacó la ropa y dispuso de mi cuerpo con una soltura naturalizada. Fue manipulándome a su antojo. Alcanzó mi pie, lo rotó a la izquierda, el otro a la derecha. Me agarró de la cintura para subirme hasta el respaldo, del cual se agarró con una mano, y con la que le quedaba libre me sobaba el pecho, la espalda, me doblaba y estiraba con gestos envenenados de odio.
Me dio vuelta y siguió maltratándome cada vez con más hostilidad, castigándome, reprobando mi sueño con cada acción que emprendía. Esa oscuridad que intensifica el sentir. Las palabras que la ocupaban eran aplastadas por la respiración agitada de Darío y yo ya no quería escucharlo. Ni a él, ni a la oscuridad. Vencer. Vencedora. Me despegué de mi cuerpo que para ese entonces era más suyo que mío, como si me hubiese dormido empecé a vagar con la mente. 
Algún pensamiento me dio gracia, quizá recordé la cara de Darío al entrar a casa y verme entrenando palomas. Desde el dorso del ombligo empezó a subir una carcajada que despertaba a la risa. Lo corporal y el sentirse se separaron por completo, ya no me enteraba del daño que estaba sufriendo. Risa. Palabras. Soñar en la oscuridad para vencer(la) todo lo que con ella viene.
Darío era incapaz de notar que mi cuerpo estaba ahí como inerte, que si no fuera por él yo ya no me movería. No se daba cuenta de que estaba ya muy lejos de toda su maldad. Estaba en un lugar seguro en donde no podría alcanzarme.
Recurrentes sueños. Yo estaba otra vez saltando con las plumas y la libertad mientras él se retiraba satisfecho y dejaba mi cuerpo sobre el colchón, sin advertir que sólo encerraba en la oscuridad los restos de mi paso por esa habitación sórdida. Podía darle doble vuelta de lleve a la puerta durante el tiempo que quisiera, a mí ya no me importaba porque sólo me afectaba el placer de sentirme libre. Flotaba con las plumas y palabras. Recurrentes palabras que me despojaban de las ataduras de la vida.

Ya no había oscuridad, ni dolor, ni Darío. Ahora lo único recurrente eran las palabras y la libertad. Él podría hacer de mi cuerpo y mis palomas lo que quisiera, en todo el resto yo ya había dejado de ser su prisionera.

domingo, 25 de mayo de 2014

Tiempo y forma

José Luis llegó al mundo tres días después del término que había decretado el doctor, y con varias horas de retraso después de que su madre rompió bolsa.
Sofía era la más chica de su clase porque nació después de Julio y la directora decidió ponerla un año adelantada.
A Marisa le gustaba su cuerpo. A Lorena no. Y Rodrigo se preguntaba quien había decidido que las piernas flaquitas eran lindas, él por su parte estaba enamorado de las piernas de su prima, redonditas, ni muy largas ni demasiado cortas. Juan era narigón y su novia llevaba una nariz respingada con tanta gracia que la volvía tan ella que daban ganas de abrazarla.
Sin embargo José Luis, Sofía, Marisa, Lorena, Rodrigo, Juan, su novia, se veían juzgados por estándares de belleza, de tiempos, de formas y de pautas establecidas del "buen vivir". El mundo les tenía preparado una serie de reglas que debían cumplir para tener una “vida digna” y “como se debe”. El doctor decía cuando debía nacer, el jardín los esperaba a más tardar a los cinco años. La primaria y la secundaria sin repetir y sin soplar porque de lo contrario los veranos, inviernos y amigos se verían desarraigados de los planes de estos chicos que buscaban salirse del plan escolar.
La carrera dura cuatro años, con la excepción de Rosario que eligió medicina y puede demorarse un poco más. Ella tendrá además que hacer una especialización, y ¿cómo juzgarla? si en definitiva va a salvar vidas.
El problema está en el desacatado de Raúl que quiso cambiar la abogacía por Comunicación Social y se lleno de ideas utópicas de un tal Marx, obsoleto como el comunismo que en el siglo XXI ya no existe.
Tanto Raúl como Josefina eligieron una universidad en la que el parámetro de años es incalculable, y constantemente se ven obligados a responder a una pregunta simple e inabarcable; ¿Porqué año de tu carrera vas? Pregunta que encierra un mar de enjuiciamientos respecto de temas tales como la responsabilidad, la lucidez, la inteligencia, velocidad, compromiso, entre otras cosas. Ellos no son capaces de contestar porque sólo van aprobando o desaprobando materias. No estan corriendo con sus compañeros por un primer lugar en la institución, simplemente estudian, como se les enseñó que hicieran, para no ser unos "vagos". En el caso de Lucrecia, estudia algo que la inspira, ella no podría imaginarse sin hacer esto que es parte de su entidad como sujeto.
El otro problema es el de Santiago, que tiene 30, dejó la carrera y ahora vive buscando justificaciones que le agraden a la gente y no lo lapiden por ser un sin-profesión. (Por lo bajo es inevitable que se le critique su hija con una chica que nunca fue su pareja).
A Diana todos le hacían la cotidiana pregunta de ¿cuántos hermanos tenes?, y ella tenía que exponer toda una justificación de su árbol genealógico desvariado del cual se desprendían múltiples hijos de múltiples combinaciones de parejas. Ella respondía un poco avergonzada que su padre la había criado, que con su madre solo la vinculaban dos hermanos que casi desconocía, y que convivía con un hermanastro y dos medios hermanos más. Vio ante su respuesta las caras más varias de incomprensión, de asombro o rechazo ante esta idea de familia desasociada y asociada al mismo tiempo. Pero poco a poco se fue encontrando con que no era la única, y comprendió que el molde de familia ideal no era más que eso, un molde.
Guadalupe vivía en una casa chiquita, en cambio Patricio compartía una habitación con otras ocho personas en el conurbano de la ciudad, le costaba pronunciar la “s” final en las palabras y era especialista en sobrevivir a fin de mes.
Susana caminaba con sigilo tratando de no romper nada, de no disturbar y por sobretodo no cometer pecados. Y Roxana se sentía impura por haberse acostado con un chico el mismo día que lo conoció, por lo que no se lo conto a su amiga Florencia. Pero Florencia tampoco le contaba que con su chico habían practicado sexo anal. Todavía se debatía en ella si la experiencia le había gustado o le parecía una atrocidad espantosa. En cambio los amigos de Pedro se reían de el porqué había salido con una chica y no había pasado nada. Él no sabía cómo defender a su nueva amiga, ellos sospechaba una posible y falsa homosexualidad, mientras que uno de los acusadores en realidad conocía de sobra las practicas bisexuales.
Eduardo fumaba marihuana día por medio en su horario de almuerzo, cuando por fin puede salir de la oficina y desajustarse un poco la corbata. Diego había probado los ácidos en un recital y Mirta se tomaba media pastillita de Rivotril para poder dormir un poco más tranquila.
A Paula la mamá la llamaba casi a diario para ver cuándo se casaba,  y ella hacía rato que había dejado a su novio.
Ramón se enteraba del atraso de una mujer con la que estaba o había estado y Paul esperaba a que naciera su segundo hijo en el pasillo de un hospital, ya listo para entrar a la sala de parto con su mujer cuatro años mayor que él. Aunque algunos no creían correcto que ella fuera más grande la realidad demostraba a lo lejos el amor que se tenían.
Diego viajaba hacía tres meses y no tenía planes de retorno ni destino fijo. En cambio Estefanía salió con un recorrido programado por el continente Americano por un periodo de siete meses. Se conocieron en Ecuador, dos meses antes de que ella termine su viaje. Él la acompaño hasta su casa y juntos volvieron a partir poco tiempo después. Se instalaron en un lugar al que no pertenecía ninguno de los dos, pero que sería su base de ahora en adelante.
Manuel tocaba la flauta, y en su casa siempre habían querido que fuera jugador de football. En cambio Ailín en su casa recibía golpes por ser una inútil, o eso es lo que le dicen.
Mientras que Armando pierde su trabajo y la seguridad de no convertirse en lo que tanto se esforzó por no ser, a Matías le confirman un trabajo que no podría ser mejor. Para él claro, porque  Analía no piensa lo mismo. Y cada uno va abriendo su camino a su tiempo y a su forma chocándose con los tiempos y formas de quienes lo rodena, escuchando las opiniones de todos, porque nadie calla, ni miradas reprochadoras faltan a la hora de los juicios y criterios. Parámetros que fallan cuando queremos aplicarlos. Ideales que no se cumplen a rajatabla, formas de vida que desbordan limitados sentidos comunes y elecciones que preocupan, alterando las miradas. Y al final cada uno con su tema, sobreviviendo, encontrando sus momentos de goce o de frustración, cargando con lo suyo, esperando que las cosas cambien o se mantengan. Llegando tarde, o tal vez a tiempo, con una forma que es suya y que la erosión de ideas y conceptos fue, y seguirá, deformando.