martes, 15 de abril de 2014

El viaje

Laura puso la mesa. Lo buscó por el comedor con los ojos, en una sonrisa de luna le regaló la noche y aquella cena que, renegando, había preparado con la entrega del amor. Pensaba que todo lo que hicieran por primera vez al mismo tiempo lo estarían haciendo por última. En el haciendo se sentían parte de una lógica rutinaria, cotidiana y conocida, la comodidad del trato, el entender los tiempos del otro y sus ganas, la espera pese a que sólo compartirían tres días incompletos en términos regidos por el reloj y la espacialidad, pero que al mismo tiempo tendrían la completitud de seres que se saben dejándole algo al otro. Laura estaba en plenitud con Fabricio, pero por sobre todo, con ella misma y su compromiso con el deseo.
Sus charlas andaban por los temas más variados, rondando siempre el lenguaje y sus usos. Escucharlo le producía una sensación de cuna que se mece, una lengua que nació para hablar de amor la perdía en la admiración y el disfrute. Cómo no sentirse acunada si además de hablarle se quedaba contemplándola, como si Laura durmiera o soñara. La miraba y así aprendía a conocerla, pero también lo hacía mostrándose profundo. Al mismo tiempo Fabricio le cuestionaba sus expresiones y palabras, despertándole una búsqueda de explicaciones a temas que hasta ese momento había creído seguros y absolutos, eran puntos que Laura nunca se hubiera puesto en pregunta porque le fueron dados como únicos, eran parte de ser ella y de su lugar en el mundo. Tratar de explicarlos la dificultaba hasta el enredo y se daba cuanta el poder que tenían las preguntas breves y sencillas.
De repente se encontraban riendo porque un cable se podía desenchufar pero que también, por la lógica de los antónimos, se podía enchufar, y eso sonaba gracioso. Lo que ella entendía por salir él lo entendía como subir, y lo que para ella era una simple papita para Fabricio era un paraíso en el que necesita un consentimiento de acceso, y de tiempo en tiempo también se le otorgaba un pase de salida inmediata.
Sus temas de conversación algunas otras veces vagaban por la historia, la propia e individual, pero también la que era común a sus pueblos o a la tierras por las que andaban. Nombrar a Evita lo acercó hasta Laura a un punto que sobrepasaba lo esperado. No era, para ninguno de los dos, parte del recorrido compartir la ruta de viaje, ni pasar sus últimos días en ese lugar que los encontró. Pero a la hora de los "hasta luego" se encontraban planeando un nuevo encuentro inmediato.
De todo lo que el viajar ofrece en sus andadas; múltiples puertas de acceso a nuevos aprendizajes, una puesta a prueba de uno mismo ante cada situación, la disyuntiva de elegir y descartar, la felicidad del encuentro, los buenos ratos compartidos, las fotos que tanto le disgustaban a Fabricio. La foto que Fabricio no quería dejar de sacarse con Laura y su rinconcito de piedras y paisaje. Englobado en el placer de viajar y crecer conociendo realidades que se escapan cuando se está yendo de la casa al trabajo y devuelta a casa, se encuentra la hora de la despedida.
Inevitable momento al que están sometidos todos los que tienen una vida en movimiento (la vida es movimiento y de eso se trata, de ir a por y seguir hasta). La despedida se estaba empezando a topar con Laura que ya tenía medio bolso armado y una mueca triste de arrivederci. La pregunta de Fabricio indaga esta expresión que le era desconocida y sin respuesta deja nacer una nueva caricia suave con la que le atraviesa el rostro. Su ternura colmaba a Laura, le producía un calorcito interno de seguridad, sintiéndose cuidada y protegida. Su viaje había sido promovido por la necesidad de buscar una calma y tranquilidad que le estaba huyendo. Cuando ya tenía algunas nuevas respuestas y otras muchas preguntas resurgentes que le permitían sentir que podía volver contenta por haber logrado más de lo esperado conoció las caricias de Fabricio, que le enseñaban el poder de una paz tan grande que ni el mismo sabía. De enterarse probablemente sonreiría sostenido, como hace siempre que logra algo. Sonrisa pícara que deja entrever su niñez y destella bienestar. Laura había notado que muchas veces esa alegría se la producían sus amigos, por los que él se preocupaba incansablemente, en este cuidado del otro que también le hacía sentir a ella. Para Fabricio la despedida con aquellos que se encariñaban era la posibilidad de un reencuentro futuro en el que volvería a compartir una buena charla y anécdotas del viaje. Para él decir viajar era todo eso que se encuentra, todo eso que se lleva con uno, pero también de a ratos es extrañar a los que uno quiere, la comida de mamá, los amigos de su ciudad, y también el desprenderse de cada lugar que se volvió su hogar durante la estadía, donde cargó la mochila de experiencias y nuevas caras, muchas quizá sin nombres.
Laura y Fabricio se despedían. Como en cada situación, cada uno puso en juego lo suyo. Para ella todo lo vivido tenía restos de irrealidad, y a la hora de volver a sus tareas extrañaría tal vez llamar a Fabricio por otro nombre para molestarlo un rato, o escucharlo hablar de Evita para darle un beso. Uno como el primero.
Para él era una despedida de muchas otras que le faltaban, su viaje cambiaba el destino, no llegaba a su fin. Era decirle adiós a una chiquitita con lunar, jurando volver a verse y salir a dar un paseo, prometiendo intentar pasar a visitarla antes de cruzar el charco.
Así fueron, compañeros de una cotidianeidad de hostel y de "uso común", en donde se regalaron un pedacito de cada uno con el cual contar en el futuro. Laura se fue callando todas las emociones y sentimientos que le había despertado, y él no tenía nada que decir porque todo el amor se lo había ido demostrando piano piano, en sus ratos de paseos y bares.
Eran el ejemplo exprés de todo lo que un viaje ofrece y roba. Fueron encuentro pese a los abismos que los diferenciaban por el simple hecho de nacer. Eran ellos por sobretodo. Laura y Fabricio. Un constante enamorarse de las formas del otro y nombrarse para sentir el presente. Fueron desequilibrio y risas. Fueron un buen rato de sus vidas y ahora son dos conocidos que siguen viajando.

Seguramente Laura levante la cabeza y lo busque al mirar la ruta. Él va a extrañarla y le escribirá para sentir que está cerca y en lo alto o en lo bajo se reencontrarán. Cambiados, amigos de la vida y del viaje emprendido.

martes, 1 de abril de 2014

Arturo

Llegó de improviso con los últimos acordes de aquel amor que construía las raíces de una nueva genealogía. Llegó envuelto de brisas otoñales y olor a hojas amarillas, rojas y naranjas cayendo. Vino como despreocupado y olvidadizo, con la sonrisa pícara y la mirada blanda bajo unos ojos marrón cotidiano. Traía aventuras y comentarios que se caían de las pautadas que delimitan lo que se debe. Inspiraba suspiros de debilidad, cedían así ante cualquier aclamación de deseo que emitiera. Todo le era dado con amor y ganas de hacerlo feliz.  

Llegó un día que le pesa a su patria, día de memoria y conmemoración de pérdida, guerra y dolor en el que se agitan banderas blancas y celestes a media asta por sus caídos. Resignificó la fecha con su llegada, de remolinos traviesos, lunarcitos decorativos y ráfagas de generosidad extrema, en donde dar parece la acción orgánica por excelencia, única e incuestionable, simplemente él se daba, así, como la continuación natural de un latido que se extiende en eso, en dar.

Llegó con risas y corriendo una pelota. Del moisés cargado por su madre al triciclo  de colores con el que corría fórmula uno. Luego a una bici que paseaba por las colinas de la cordillera, un par de esquíes con los que deslizaba feliz por la blanca nieve que cubría su tierra. Un viaje largo, un cambio de dirección y el proceso de adaptarse a una nueva ciudad de ruidos y magia. Siempre acompañado de hermanos que lo adoran, de complicidades revestidas de alegría, peleas alborotadoras de temas poco relevantes.

Llegó un 2 de Abril, esperado por todos, amado desde siempre y para siempre. Llegó haciendo feliz a mucha gente. Llegó, como no podía ser de otra manera, Arturo Papa, a hacer ruido, marcando presencia y las historias particulares de quienes se cruzó. Llegó comiendo chocolate y burlándose un poco de todo.

Llegó para recordar que la vida es linda como su esencia.