domingo, 11 de mayo de 2014

Canción que nombra

Salió a caminar por calles irreconocibles y sin nombres que la llevaron a la plaza donde pasaba sus horas con Javier. Se vio esperándolo y deseando volver a verlo. Por primera vez entendía esa lógica que unía a La Maga con Horacio en París. Poder cruzarse sin planes previos con esa persona a la que te une el amor ó la locura, debía ser una alegría. En realidad Denise no podría saber lo que se siente porque ella paseaba con la ilusión del encuentro que no era.  Poco a poco se fue desinflando. Volvió con el andar pesado, pausada y ya sin ganas de reconstruir las tardes con Javier en aquel parque del que se habían adueñado. Lo habían nombrado con el título de una canción alegre que cantaron ahí una vez. Tarareó su melodía, incapaz de traer en sí la letra de aquella música. Era como si todo en ese día le rehusase. Se le escapaban los datos, las fechas, las sensaciones e incluso la sonrisa con la que había iniciado el paseo.
Denise tenía sueños grandes, como sus amores, pero ese día solo anhelaba el invierno, una mantita de la que se desprendió hace ya mucho tiempo, un café humeante y un libro que la adormeciera un poco o le arrancara su realidad con un rápido tirón, cuya fugacidad lo volviera invisible a sus ojos ya cansados.
La semana poco especial había corrido lenta. Denise rescataba un almuerzo con sus compañeros en el que alguien contó la historia de un matrimonio perfecto. Como resultado de cuatro años de noviazgo se casaron, él de 24 y ella de 19, y un mes después, ni más ni menos que el día del trabajador, se separaron por llevar una vida de solteros en la que sólo compartían la cama y casualmente una cena. Ella pensó alguna vez en casarse con Javier, pero sabía que a él la idea le producía un horror más grande que la muerte, así que nunca comentó nada.  Le bastaba con que la quisiera y de vez en cuando se lo recordara.
El último tiempo juntos, antes de que ella se cansara, la relación se había vuelto como “un mes de casados”. Las preguntas se respondían con preguntas. En caso contrario la respuesta nunca era concreta ni consecuente con su disparador. Se contaban las cosas a medias o directamente las callaban. Cedían sólo ante situaciones extremas donde no quedaba más alternativa que salirse del patrón “desinterés”. Ya todo se había vuelto complicado por el simple hecho de haber querido hacer las cosas bien.
Un día Javier le dejó una foto sobre la mesa, gesto que solía tener en épocas de caricias dónde le imprimía sus retratos. En ésta había un nene, chiquito, con mirada triste, la ropa sucia, harapienta, parado en la puerta de una casa humilde con techos de nailon negro. Denise sintió que  en el alma se le hacía un pocito perpetuo.
Cuando se vieron esa misma noche ella le contó todo lo que le había generado esa imagen, pero, le dijo, que no entendía porque se la regaló si en el último tiempo habían instaurado una lógica individualista, donde no se compartían nada de lo que hacían. Él contestó que no era un regalo sino una casualidad que la foto haya llegado ahí.
Denise se levantó, agarró el abrigo del respaldo de la silla, y se fue sin agregar más comentarios a la situación. Cansada de estas actitudes infantiles de Javier, vacías de todo sentido, harta de la gente que no puede hacerse cargo de las cosas que hacen, enojada con ella por permitirse llegar tan lejos, por esperar cambios en lo inmutable y madurez de quien no está dispuesto a crecer.
Decidió que ese era el fin y comenzó a construir en grande pero por otros lados y con otros rumbos que no la aplastaran. 
Habían pasado varios meses de todo esto antes de descubrirse nuevamente movilizada por la posibilidad de un encuentro que ideó en su imaginación y que no fue, como era probable que sucediera.
La pérdida de contacto, una plaza con nombre de canción, la espera, un desencuentro, la semana pausada y de a poco volvía a retomar la tranquilidad.
Una tarde salió temprano y eligió otro bondi que la llevara, para sentir que la rutina se desacomodaba. Se bajó un par de cuadras antes porque el día le mostraba un sol blando y noble. La calle todavía vacía porque le faltaba un rato a la hora pico y al desenfreno. Denise tarareaba bajito, marcando el ritmo con su mano izquierda sobre la falda. Levantó la vista y se encontró con Javier. El mismo Javier que la sacudía por dentro con estruendo, ese del que hacía meses no sabía ya nada. Javier, que la miraba con una media sonrisa de bienvenida, caminaba en su dirección.

1 comentario:

  1. epifanías...amo tus textos! por que muestran realidades que todos vivimos.gracias por regalarnos ( por ahora ) todas esas historias que nos identifican y asemejan en lo cotidiano y únicos momentos del amor.

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