Los vio
relucientes.
Te espero al
otro lado de los girasoles, pensó. Pero no habría espera, habría encuentro. Descubrirían
otra manera de querer.
Hoy
complicidad. Una ternura que no es acompañada por las palabras.
Una caricia
torpe, algo violenta, con la que comienza un juego de tirones ligeros y
bruscos, hasta que sus miradas se encuentran y calla a la risa. La sonrisa, sin
apagarse, se vuelve seriedad. Se ilumina en su reflejo y ya no sabe de qué boca
sale ese aire caliente.
Un electico sobresalto
ajeno le hace darse cuenta que finalmente se había dormido.
La primera
vez, bueno, la segunda, ella se había entregado al encuentro. Se puso en sus
manos y plenamente confió. Recién cuando se quedó sola, recién cuando estaba
entrando al umbral de su casa, sintió el
aturdimiento de no encontrar los límites. Mal y bien.
Y misterio
sedujo a la inquieta curiosidad.
Inmersos en
la velocidad de los días de verano que corren desproporcionadamente rápido
encontraron un momento para sus tiempos.
Pausas.
La suma de
elementos. Comenzaron dos desconocidos que querían pasar el rato y terminaron
dos vidas amigas que hicieron de ese su lugar. Se sumó el colchón, se agregó
luz. Otro día fue el despertador que los devolvía a la realidad y en poco
tiempo fue ella la que llevó su abrigo. Cada uno dejo lo suyo.
Ahora era.
Un pedacito
de ellos que permanecería, que sería eterno.
Fue una
noche de tormenta y gusto a menta.
Nunca le
había dado miedo el estruendo, costumbre quizá. Igual así empezó a respirar más
y más rápido. Achicaron la inexistente distancia del abrazo. Le besó la frente
y se volvió a dormir. Él dijo que lo había hecho con mucha paz, ella creía que
paz se encontraba en el calor de sus cuerpos inertes que hacían imperceptible
el frío de la naturaleza.
Ese límite,
esa “línea recta hacia vos” se volvió amorfa. Un círculo en el que amor y odio
se rozaban la punta de los dedos y se hacían cosquillas en los pies.
Ahora era él
el que buscaba su mano.
Y ojalá no
roncara tanto. Le gustaba saber que podía descansar al lado suyo.
Y ojalá
vuelvan a encontrarse, que esas dos vidas paralelas que corrían tan disparejas
volvieran a tener un momento de coincidencia.
Y ojalá que
la diferencia se encuentre en el futuro, y que no caiga, simplemente, en la
obviedad de lo nuevo, en lo especial de lo primero.
Con los
naranjas y rosas del atardecer volvió a cruzar los campos, esta vez iba en
contra de las ganas, a favor de la distancia y acompañada de los frescos
recuerdos, tan efímeros como ellos mismos.
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