domingo, 23 de febrero de 2014

Días de verano

Los vio relucientes.
Te espero al otro lado de los girasoles, pensó. Pero no habría espera, habría encuentro. Descubrirían otra manera de querer.
Hoy complicidad. Una ternura que no es acompañada por las palabras.
Una caricia torpe, algo violenta, con la que comienza un juego de tirones ligeros y bruscos, hasta que sus miradas se encuentran y calla a la risa. La sonrisa, sin apagarse, se vuelve seriedad. Se ilumina en su reflejo y ya no sabe de qué boca sale ese aire caliente.
Un electico sobresalto ajeno le hace darse cuenta que finalmente se había dormido.
La primera vez, bueno, la segunda, ella se había entregado al encuentro. Se puso en sus manos y plenamente confió. Recién cuando se quedó sola, recién cuando estaba entrando al umbral de su casa,  sintió el aturdimiento de no encontrar los límites. Mal y bien.
Y misterio sedujo a la inquieta curiosidad.
Inmersos en la velocidad de los días de verano que corren desproporcionadamente rápido encontraron un momento para sus tiempos.
Pausas.
La suma de elementos. Comenzaron dos desconocidos que querían pasar el rato y terminaron dos vidas amigas que hicieron de ese su lugar. Se sumó el colchón, se agregó luz. Otro día fue el despertador que los devolvía a la realidad y en poco tiempo fue ella la que llevó su abrigo. Cada uno dejo lo suyo.
Ahora era.
Un pedacito de ellos que permanecería, que sería eterno. 
Fue una noche de tormenta y gusto a menta.
Nunca le había dado miedo el estruendo, costumbre quizá. Igual así empezó a respirar más y más rápido. Achicaron la inexistente distancia del abrazo. Le besó la frente y se volvió a dormir. Él dijo que lo había hecho con mucha paz, ella creía que paz se encontraba en el calor de sus cuerpos inertes que hacían imperceptible el frío de la naturaleza.
Ese límite, esa “línea recta hacia vos” se volvió amorfa. Un círculo en el que amor y odio se rozaban la punta de los dedos y se hacían cosquillas en los pies.
Ahora era él el que buscaba su mano.
Y ojalá no roncara tanto. Le gustaba saber que podía descansar al lado suyo.
Y ojalá vuelvan a encontrarse, que esas dos vidas paralelas que corrían tan disparejas volvieran a tener un momento de coincidencia.
Y ojalá que la diferencia se encuentre en el futuro, y que no caiga, simplemente, en la obviedad de lo nuevo, en lo especial de lo primero.
Con los naranjas y rosas del atardecer volvió a cruzar los campos, esta vez iba en contra de las ganas, a favor de la distancia y acompañada de los frescos recuerdos, tan efímeros como ellos mismos.

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