domingo, 23 de febrero de 2014

Empapada en libertad

Le fascinaba. Se volvía completamente loca con el movimiento de la pollera. La agarraba con una mano, giraba… la dejaba caer. Se contagiaba de esa libertad multiforme de la tela, de su vuelo y de aquella liviandad con la que se movía.

Ahora la dejaba sola y volvía a girar para que se despliegue y luzca sus colores. Dando dos, tres, cuatro vueltas que se prolongaban más allá de su movimiento. Y de golpe… se clavaba firme en el piso. El ruedo caía prolijo mientras el mundo seguía rodando, sin siquiera notar que ella estaba quieta.

Lo esperaba… al mundo, a que terminara con su eufórica inercia para tomar, con sus dos manos, el ruedo de la falda y llevarlo de un lado para el otro. Creaba nuevas e irrepetibles formas que morían en el nacer de las sucesivas.

Así jugó largo rato, divertida, imaginando que su escenario era la arena y que el mar la aplaudía revuelto.


Se dejó caer con el viento y el agua de la orilla empapó su pollera. Ahora era el vaivén con caracoles y sal que comenzaba a jugar con la tela, mientras ella, espectadora, se volvía mar.

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