El
cuerpo tiene memoria. Te reconocí. Te sentí. Me abrí. Dije. Pensé. Sentí.
Actué. Elegí. Me confundí. Me arrepentí. Me acerqué. Te busqué. Me alejaste. Me
dejé ir. Reconocí el dolor. Elegí seguir.
Se entorpece
las palabras cuando se amontonan para salir después de una larga espera por
hacerlo. Se desordenan, rompen filas, enmarañadas y desorientadas se nos
escapan y terminan por perderse en una tormenta de confusión y (a)burma(ción).
Y así es como no encontramos palabras a la hora de las explicaciones. Nuestros
ensayos de discursos perfectos, todas esas horas armando listas mentales de
cosas por decir, la desazón de no encontrar momento ni excusa para decirlo a
quien tenemos que decírselo, y ver que la invención de diálogos siempre tiene un
poder mucho más grande cuando retumba en nuestra cabeza que la palabra a la
hora real de la palabra.
Esperamos
tanto el momento que entorpecemos el presente. Las palabras (otra vez las
palabras!) suenan chiquitas y desinfladas cuando por fin podemos ubicarlas en
el contexto correcto. Como si la voz no quisiera salir, o como si realmente
todo el diccionario de sentimientos y temas no cotidianos se extinguiera de
nuestro saber. Por alguna razón que se escapa de todo entendimiento el momento
de los discursos nos vuelve mudos.
Dije poco.
Pero vos, que hablaste menos, lo hiciste con la certeza precisa para anular mi
capacidad de respuesta, encendiendo el silencio y la tristeza. Cuando le
pusiste punto final a lo que decías yo sentí mi cuerpo volverse jirones en esta
historia incompleta a la que nos faltó vivirla como merecía. Sentí como si por
un momento me pudiera extinguir. Desaparecer. Dejar de ser yo sobre esta
tierra, o como si me empujaran a la desolación sin ser capaz de aferrarme a
nada en la caída. Verme cayendo, saber que no hay qué o quién me sostenga esta
vez. Caer. Transitar la ciada como no lo pude hacer con vos, entregarme a ella
y sentirla recorrer mi cuerpo (como también te sentí a vos). Saber que en lo
bajo (o en lo alto de este andar por un dolor que no tiene nombre) encontraré
lo que se necesita para reanudar el movimiento, y en el medio las respuestas a
tantas preguntas.
Cuando el
discurso no encaja en contexto, cuando la explicación a todo lo que pasa no
encuentra un lugar para aclarar la situación, cuando el diálogo no se presta a
que un manto de claridad acompañe a la situación, ¿qué se hace? ¿Qué hago yo
con todo lo que tengo para decir?
La historia
que nos toca es una cosa, las elecciones que hacemos a partir de ella es otra.
Estamos atravesados por el vientre materno, y toda la herencia que con ella
recibimos. Desde el refugio cálido de nuestras madres ya cargamos cosas de
otros que nos acompañarán en la vida. Hay sucesos que se nos escapan.
Inevitables hechos que nos marcan. Está en cada uno el lugar que se le da.
La vida nos
atraviesa, como lo hace el amor cuando nos arrebata de manera inesperada. Elegí
hacer de mis vivencias experiencias fortalecedoras que me ayudan a encarar la
vida de la manera más positiva y comprensiva posible. Crecí con ellas y me
obligué a ser adulta antes de que llegue la adultez para sobrevivir por mis
propios medios y ya no depender del pasado. Me fortalecí y ello implicó
endurecerme en aspectos tales como el orgullo, la sinceridad del corazón y la
capacidad de abrirme antes quienes debería hacerlo.
Ante la
necesidad de ser escuchada me volví observadora y aprendí a escuchar. No sabes
cuánto me gusta escucharte. Atesoraba cada cosa que me contabas con la ilusión
de un niño que guarda una vaquita de san Antonio en una cajita y la alimenta
con pasto y le decora su nueva casa con piedras y una flor. El niño quizá no
sepa que es una mariquita y no una vaquita de san Antonio.
Nació en mi
la necesidad de protegerte y cuidarte de una forma que desconocía. Sabía que
existía la protección, pero lo que despertaste era más bien un profundo deseo
de acariciarte el alma para que ya no sufra.
Tú historia.
Contar de
ella sería violar tu intimidad. Transcribir tus relatos (que inscribiste a la
vez en mí) nunca me pareció una opción. Confío en que podrás traer al presente
todo lo que viviste desde tiempos remotos cuando rulitos empezaban a asomarse
al sol de un pueblo cercano al mar para comprender lo que quise decirte cuando
te dije que tenías miedo a querer. Que te dejaras querer. Hablo de todo lo
vivido hasta hoy. Yo puedo asegurar que la elección de soledad que nos acompaña
no es más que una pantalla que no nos deja ver lo que realmente queremos.
Elegir la soledad es evitar el compromiso. ¿Cómo elegir compromiso cuando nunca
nadie nos enseñó lo que era? ¿Cómo se hace para comprometerse cuando nadie se
comprometió con uno antes? ¿Cómo nos elegimos si no sabemos lo que es que nos
elijan? ¿Cómo queremos si cuando necesitamos ser queridos nos dejaron solos?
¿Por qué cambiar si repetir la historia es más fácil? Ya conocer el camino es mejor que entregarse
al sentir sin ningún tipo de seguridad de que el amor no falle, como lo hace
siempre que puede.
Otra vez
miedo. Miedo a querer. Miedo a que nos quieran. Miedo a decir. Miedo a sentir.
Miedo a esta soledad que elegimos. Miedo a que las historia se repita. Miedo a
descubrir que nos quisieron y que no supimos verlo a tiempo. Miedo. Miedo.
Miedo. Maldito miedo que nos aluna, nos hace llorar, temblar y elegir la
seguridad de algo que no queremos elegir.
Comprender
es amar. Amar es dejar ir. Pero también es decir. Y yo no quiero callar. Quiero
decirte, quizá lo dije tarde, quizá tendría que haberlo dicho cuando
necesitabas escucharlo, pero lo digo hoy.
Te quiero.
Te quiero de la forma más sincera. Te quiero en la entrega más tierna. Te
quiero porque cuando nos sentamos en silencio y vos me abrazas por atrás yo
sólo quiero eso. Sentirte pensar. Dejar que el silencio se sume a nuestro
abrazo, y que si rompemos el silencio sea para decir. Decir todo lo que el
miedo no nos deja. Miedo al miedo. Miedo a perderte. Miedo a este vacío de
soledad al que me empujaste.
No es que no
lo supiera. Pero a veces es mejor dejarlo pasar. Preferí intentarlo. Preferí
ser sincera pese a que te veía paralizado por un miedo que te deja solo.
En la
soledad se está bien. Se está con uno y
con el tiempo para disponer de él con libertad. En la compañía se está con uno.
Se está con el otro.
Dijiste que
no querías compromiso. Te dije que nunca hablé ni exigí eso.
Pero tenes razón. Querer implica compromiso. El sentir implica compromiso. Si no nos comprometemos no hace falta hacernos cargo de lo que nos pasa. Si dejamos lo
que nos pasa entonces pasa, y ahí no hay mal que por bien no venga, porque lo
que sentimos va a pasar. ¿Va a pasar?
(Nota sobre este texto: Mentir para decir la verdad - Revista de Mujeres)
(Nota sobre este texto: Mentir para decir la verdad - Revista de Mujeres)
No hay comentarios:
Publicar un comentario