lunes, 3 de marzo de 2014

Truenos de la memoria

El cielo afuera ruge, te lo juro, como si de pronto algo lo hiciera estremecerse y gritar. No puedo decirte la hora, sólo sé que es tarde y no puedo dormir. Veo caer una tras otras las imágenes de esos momentos que transitamos. Una tras otra, una y otra vez… una tras otra. Paseando entre recuerdos sentí que te adoraba como en los primeros días, donde todo era confuso y nuevo, ahí donde siempre me creía al límite de perderte y yo jugaba a seducirte para retenerte un rato. Claro que “todos los límites son convenciones, esperando ser transgredidos. Uno puede transgredir una convención con tan solo concebir hacerlo”.

Y yo lo hice. Transgredí los límites que ponías, transgredí tu desinterés, tu refugio. Puedo decir exactamente el momento en que dejaste de alejarme. Todavía me dura tu sensación en los huesos cuando pienso en esa noche, no es casual, también había una tormenta.

Si estoy dejando todo esto que se cruza por mi cama en un papel es porque cuando los silencios se me inundan de palabras no dichas siento que las manos se me hunden en el deseo de escribir, que la lengua se me anuda en confusión y la cabeza se me llena de imágenes que se van escapando de mí, a lugares irrecuperables a los que me esforzaré por llegar sin lograrlo, y de esta forma dormir se me vuele imposible.

Antes de apagar la luz y perderme en los ruidos de la tormenta y el sueño tardío quiero decirte que te quise en la complicidad y en el forcejeo. Que supe que te quería desde que te vi en esa terraza mientras esperabas que el tiempo se disolviera con el mar y que fue ahí cuando entendimos que mientras no estuviéramos juntos el tiempo sólo se volvería eso, una espera inagotable de un tiempo más feliz.


Buenas noches.


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