domingo, 2 de marzo de 2014

Misión

Verba volant scripta manent
 Cayo Tito

Se pararon en la mitad de un puente que atravesaba la avenida. El sol los iba dejando solos. Lo despidieron descansando sobre la baranda, mientras las luces de los autos les rozaban las plantas de los pies. Ellos ahí, cómo burlándose de todo, inclusive de ellos mismos. Brotaba una amistad casi de infancia, con la inocencia de quien no conoce las durezas de la adultez. Parecían resguardados de los males del mundo, y de sus propios fantasmas. Como si una tela transparente y mágica los envolviera en la sinceridad más dulce.

La ciudad abría sus ojos luminosos, infinitos puntos incandescentes que destellaban al compás de una murga que repiqueteaba en el fondo de la  plaza, allá, al costado de esa avenida a la que bañaron de burbujas multicolores y juegos puros.

Llegaron al otro lado del puente que atravesaba la avenida con un paso rítmico. En ese bailoteo de monigote le rozó la mano amiga y se rió nerviosa, inventando alguna excusa simple que se voló con un viento que andaba de paso. Ese mismo viento dejaba escapar las burbujas del burbujero sin que ellos tuvieran que hacer el menor esfuerzo en soplar para darles vida.

Se sentaron al borde de un paredón, desde donde el puente se veía chiquito, y hasta gracioso. Respiró profundo reteniendo una frase repetida. Creía en esa idea de que las palabras se prestan, transforman, reciclan y renuevan a cada paso, a cada frase, pero esta vez le ganó la convicción de que las pausas y los silencios enriquecen también. La miró de frente, ella de reojo y le contó de su sueño de ser grande alguna vez, que siendo grande le gustaría seguir diciendo algunas frases con la liviandad con la que hablan los niños. Rió. Estaba un poco distraída, colgando de alguna nostalgia que le traían esas épocas del año cuando él señaló un auto con su baúl lleno de globos. Era sin lugar a duda el auto más lindo de toda la avenida.

Dijo que le gustaría pinchar alguno con las brasas de su cigarrillo, pero entonces ella le explicó que los globos tenían sentimientos, nunca viste uno llorar. Sonaba absurdo, cómo la hora que marcaba ese reloj que ensordecía con el tic-tac, tic-tac, la realidad es que había visto llorar conejos pero nunca antes un globo.

Le extendió una mano para ayudarla a levantarse, ella le mostró que podía sola y la evitó. Esta vez cruzaron por el puente como distraídos, sin darle demasiada importancia a la avenida y a los autos que se deslizaban por lo bajo. Caminaron en círculos un rato, le regalaron algunas burbujas al guardia de ese edificio de esa calle cualquiera y siguieron un camino recto, sin puentes, mientras relataban partes sueltas de un sueño que se llenaba de niebla en cada intento por recordarlo. Seguro Freud te dijo algo sobre lo que soñé, contame, quiero saber que piensa él. Quiero saber que pensás vos de todo eso.

Llegaron a la parada y él le pidió que le cuidara el burbujero por un tiempo, aunque sabía que no volvería a buscarlo, que mañana ya no podría y que callar hoy era para acostumbrar al mañana ausente. Lo abrazó en un abrazo sin tiempo ni despedida. Lo abrazó como cuando de chiquita abrazaba a sus padres, sin pensarlo, sólo sintiendo y se fue en el 68 con aire acondicionado, esperando verlo en algún día próximo, atesorando el burbujero que cuidaría hasta su reencuentro. Ella volvía con la sonrisa prendida y ganas de soltar burbujas en cada rincón del planeta para inundar de él cada paso suyo que el viento vuela. Pensaba en rellenar las palabras y todo cuanto pudiera de burbujas pero cuando ya varios tic-tac se habían descolgado del reloj y él no aparecía empezó a llenar silencios y esperas de burbujas que brillaban como lágrimas de globos, cómo conejos que lloran porque él no vuelve a enseñarle lo que sabe. Porque él ya no le dice lo que piensa ni le cuenta lo que pasa. Ahora tiene que estar atenta para no perderse de las cosas que pasan a su lado porque él ya no se las señala, ahora siente las asperezas de un mundo que sufre, y mide las palabras que va a soltar al viento porque todo tiene peso, menos sus burbujas.

Aprieta entre sus manos ese burbujero azul. Lo sujeta con fuerza, para que no se le escape, más que nunca siente que tiene que cuidarlo, que él no le dejo una tarea sencilla. Tenía la misión de cubrir el mundo de burbujas.


En una mano el burbujero, con la otra agarró la tela transparente y mágica que la cuidaría en su andar, se cubrió de ella una vez más y salió radiante por las calles, creando las más pomposas y coloridas burbujas que nadie vio jamás, soltando un poco de él en cada una de ellas. Soltando un poco de ella en cada burbuja naciente.

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